
Los jugadores del Real Jaén celebran un gol en el estadio de La Victoria. Foto: Juande Ortiz.
@jj_ballesteros
El 2017 que se esfuma en la casa blanca es para olvidar. Un dolorosísimo descenso, problemas institucionales con juicios colaterales, impagos a trabajadores, un cambio radical de jugadores, un conato de proyecto que acabó siendo otro, un césped que parecía irreparable…pero se producía un halo de esperanza en esta colección de infortunios.
La primera parte del año -o la segunda parte de la campaña 2016-17- presentó una serie de capítulos poco alentadores para la afición lagarta. Con los Hitos encabezando un proyecto abocado al fracaso en lo institucional, el envoltorio deportivo tampoco funcionaba. Y es que los jugadores achacaban los retrasos en los pagos al mal funcionamiento futbolístico. El balón no entraba a portería y poco a poco se vislumbraba el abismo de la Tercera División. Todo se daba la mano. El altavoz de la denuncia comenzaba a retomar cada vez más vatios y la relación entre el vestuario y los máximos mandatarios se rompía.
Cuando todo parecía perdido y la desaparición del club cobraba más peso en la balanza, se empezó a escuchar un nombre que parecía perfilarse como el salvador único de esta situación: Tomás Membrado. El 27 de marzo se producía el traspasado del paquete mayoritario de las acciones del club por parte de los hermanos Hitos, bajo la firma del notario Alfonso Fernández, a Tomás Membrado, que se convertía en el máximo accionista de la entidad blanca. Sin embargo, paralelamente, el aspecto deportivo seguía sin funcionar, cuesta abajo y sin frenos. Y se produjo el descenso de categoría a la Tercera División. Algo insólito, que dejó fría a la afición y volvían a brotar los fantasmas de la desaparición.
Sin embargo, esta nunca llegaría y el proyecto de la campaña 2017-18 empezó a confeccionarse con premura y con una premisa clave: deshacerse de la mayoría de los trabajadores (futbolistas incluidos) para fabricar un nuevo Real Jaén. El lema de ‘Todos Sumamos’ se reflejaría así en la campaña de abonados y en la más que masticada ampliación de capital que el club blanco ha propuesto a la masa social jiennense. Otra de las puntas de lanza de esta nueva idea de club iniciada por Membrado y compañía es la de promocionar el aceite de oliva virgen extra como producto estrella de la provincia de Jaén y crear una sinergia entre el aove y el deporte rey.
Pero no había que olvidar algo fundamental en todo esto: había que crear un nuevo equipo de fútbol para competir en la cuarta escala del fútbol español. Fernando Campos como director deportivo y David Valenciano como técnico, eran las dos figuras que tratarían de encaminar al equipo jiennense en el grupo IX. Las salidas de baluartes como Óscar Quesada, Santi Villa o Nando eran contrarrestadas con los fichajes de Higinio Vilches, Fragoso o Jonathan Rivera. El verano se caracterizó por una incansable ristra de presentaciones de jugadores y la afición respondía con fidelidad a la campaña de abonados. Llegaban cifras alentadoras desde las oficinas del club y el binomio afición-equipo se había convertido en una realidad.
Sin embargo, con el pistoletazo de salida del curso deportivo, no fue el deseado y el cambio de cromos comenzaba a producirse. Fernando Campos salía del club el 16 de septiembre y Valenciano era relegado de su puesto nueve días más tarde. Llegaba así la era de Salva Ballesta y Rubén Andrés (cuya incorporación no estuvo exenta de polémica) para “profesionalizar el equipo” y otorgar un sello característico con el que los blancos pudieran alzarse hacia los primeros puestos.
Poco a poco, y con un buen puñado de incorporaciones, el equipo parece haber adquirido ese toque voraz y efectivo, con datos esperanzadores: segundo puesto en el grupo IX de la Tercera División con 24 puntos. Finaliza así un año negativo en líneas generales, pero realmente ilusionante y con un claro objetivo: el ascenso a la Segunda División B.