
Jugadores del Real Jaén y Linares Deportivo se saludan tras el encuentro de ida. Foto: Juande Ortiz.
José Ángel Martos // @Joseangelmartos
‘Mineros’ y ‘lagartos’ se enfrentan en una batalla futbolística, vital para unos, intranscendente para otros que se juegan poco más que el orgullo, (que no es poco), apelando a esas mínimas opciones matemáticas que les permitirían entrar en el torneo del KO. Pero para auténtico noqueo, el que pueden sufrir los azulillos si finalmente se consumara un descenso que sería trágico, y aunque Torres más altas han caído, no están dispuestos a tirar la toalla.
Es un derbi y no hace falta recordar todo lo que entraña. Más de ochenta agentes velarán por la seguridad fuera y dentro de Linarejos, en un infierno teñido de azul y blanco. Olvidadas quedan las bochornosas pintadas del minero o de La Victoria, eso no es fútbol. Jugadores, directivos y técnicos de ambos conjuntos han dado esta semana en numerosos actos, ejemplo de cómo debe vivirse este partido, entre la paz, cordialidad y fraternidad. Jiennenses y linarenses deben ir de la mano para luchar por una provincia mejor.
Más allá del típico pique futbolístico, me cuesta creer que existan aficionados que anhelen el mal del vecino. Porque al fútbol y a la economía de la provincia, le renta tener dos equipos, (de momento), en Segunda B. En agosto, sabíamos que esto podía pasar, el calendario fue caprichoso y quiso que la penúltima contienda fuera el derbi en Cástulo.
Un empate y dos derrotas en las tres últimas jornadas, evidencian que ambos escuadrones se desangran sin conseguir sus objetivos. El ascenso a Segunda deberá esperar, el descenso a Tercera, ni se contempla. Así que, por el bien de todos, que el año que viene podamos volver a disfrutar de un pacífico derbi.